Cuando se plantea la contribución de la tecnociencia a la
sostenibilidad, la primera consideración que es preciso hacer es
cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones puramente
tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad.
Pero, del mismo modo, hay que cuestionar los movimientos anti-ciencia
que descargan sobre la tecnociencia la responsabilidad absoluta de la
situación actual de deterioro creciente. Muchos de los peligros que se
suelen asociar al “desarrollo científico y tecnológico” han puesto en
el centro del debate la cuestión de la “sociedad del riesgo”, según la
cual, como consecuencia de dichos desarrollos tecnocientíficos
actuales, crece cada día la posibilidad de que se produzcan daños que
afecten a una buena parte de la humanidad y que nos enfrentan a
decisiones cada vez más arriesgadas.
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